MI BATUTA
Recuerdo que cuando yo empecé a cantar en coros, todos los directores usaban batuta, un palito delgado que se usaba para todo: para marcar el compás, para golpear el atril pidiendo silencio, incluso para lanzarlo contra los tenores cuando cantaban como energúmenos. La batuta era especialmente temida por los tiples de la primera fila sobre cuyas cabecitas descargaba inmisericorde cada vez que desafinaban o les salía un inoportuno “gallo”.
Más de una vez me quedé absorto contemplando las increíbles figuras geométricas que la batuta de mi director trazaba en el aire: círculos, cuadrados, trapecios, golpes súbitos… unas veces acariciaba el viento, otras, lo cortaba con saña para señalar un staccato. Por momentos llegué a pensar que la batuta era como las uñas de mi “señorita”, la maestra de párvulos: una prolongación natural de la mano que sólo tenían los grandes músicos.
Una vez, durante el descanso entre dos ensayos, me quedé solo en la sala de música y tuve la oportunidad de contemplar aquel trocito de madera que me parecía dotado de poderes mágicos. Lo cogí cuidadosamente, con respeto y veneración. Vi que pesaba poco y que tenía grabadas a navaja dos iniciales que no acerté a descifrar. Sentí un temor reverencial ante aquel humilde palito y me lo habría llevado a hurtadillas si en ese momento no hubieran entrado atropelladamente los contraltos que venían al ensayo por cuerdas. Disimulé como pude y me marché sigilosamente.
Años después, cuando por primera vez tuve que dirigir un coro, me encontré con que no tenía batuta. Tuve una corazonada: fui al armario, tomé una vieja percha de madera, la desarmé y me llevé al concierto el palito que hacía de base del triángulo. Esa fue mi primera batuta.
Hoy, muy a mi pesar, soy un director de coro “sin batuta”. Tengo guardadas un par de ellas: una en madera de ébano con empuñadura de plata –regalo del primer conjunto que dirigí- y otra muy ligera que utilizaría gustosamente si ese atributo no se lo hubieran reservado los directores de orquesta, unos personajes de negro que siempre nos miran por encima del hombre a los directores de coro.
*** *** ***
Pero no me resigno a dirigir sin batuta. Es verdad que no voy a sacar ni la batuta de ébano ni mucho menos el palo de percha con que dirigí mi primer concierto. Pero voy a dirigir con batuta. Esta sección de nuestra página web va a ser una de mis batutas. Desde ella quiero hacer lo que corresponde a todo director que se precie: orientar a quien pierda el compás del coro, enseñar lo poco que uno sabe, explicar el contenido de algunas obras que interpretaremos más adelante, animar a los que pierdan la ilusión, compartir las penas y alegrías de todos los que cantais conmigo. No sé si sabré hacerlo bien. Pero si en algún momento me equivoco, como a veces ocurre en los ensayos, hacédmelo saber. Que los directores no somos ni divinos ni sabios. Vanidosos y a veces un poco engreídos, sí, pero no más que algunos de vosotros. Por eso una cura de humildad nos viene bien de vez en cuando. Necesitamos vuestro apoyo y comprensión pero también vuestra crítica amistosa y vuestra corrección en el momento oportuno. Así es como juntos, iremos haciendo camino. Yo, desde luego, lo haré con mi batuta.