Orfeón Moratalaz
Orfeón Moratalaz

¡Ha muerto Salvador!

  • Ha muerto Salvador, sí, Salvador
  • ¿Cuál?, ¿el nuestro?
  • Sí. El que cantó con nosotros en el Orfeón Moratalaz; el que cantaba con el grupo Aires de la Serena; el que estuvo ayer en una residencia de mayores cantando con el grupo Ecos Castellanos.

 

Se fue como los grandes, despacito, sin hacer ruido, sin importunar ni a la familia ni a los amigos. Tras de sí dejó un reguero interminable de bonhomía, de cariño, de sonrisas y de canción. Tan pronto como se conoció la noticia de su muerte una auténtica riada humana empezó a desfilar por la sala 12 del Tanatorio.

 

Allí estaba Esperanza, su compañera de toda la vida, la madre de sus hijos, la esposa fiel que estuvo a su lado en todo momento. Allí estaban sus nietas convertidas en un mar de lágrimas. Allí estaba Paloma, desgarrada por el dolor, recibiendo a todos y desviviéndose por atender a los que llegaban. Allí estaban su hijo Salvi y su cuñada Emilia. Miguel Ángel venía de viaje. Allí estaba toda la familia, haciendo piña en torno al Patriarca.

 

Los que llegaban preguntaban, pero cómo es posible si ayer le vimos cantando en la residencia AMA de Moratalaz y haciendo felices a los mayores que le escuchaban. Poco a poco fuimos sabiendo que en los últimos meses su naturaleza le había enviado varios avisos: el pasado verano, un ataque que aparentemente “no fue nada”. Un inoportuno dolor entre pecho y estómago mientras daba su último concierto. Una sensación de malestar que le empujó a acostarse sobre las 11 de la noche “esperando que se le pasara”. Algo vería Esperanza cuando le dijo: “te dejo la luz de la habitación encendida”. Algo notaría su nieta cuando al poco rato entró en la alcoba y salió asustada llamando a su abuela:

 

  • Ven corriendo, que el abuelo respira como cuando se puso malo este verano.

 

Nada pudo hacer el médico que acudió a atenderle.

Salvador, sí, el nuestro, dejó este mundo con la sencillez con que había vivido. Murió como los grandes, sigilosamente, como disculpándose porque le llamaban desde allá arriba y tenía que irse.

Hasta su despedida fue elegante y con estilo, como corresponde a un artista de cuerpo entero:

“Me voy mañana a las cinco, - Me voy pero volveré;

Si no volvemos a vernos - reza por mí, que yo por ti rezaré.”

 

Esta es la canción que interpretó unas horas antes de su muerte, una canción que interpretó muchas, muchísimas veces, a capella o acompañado por León a la guitarra. Yo se la oí a través de los años en los escenarios más diversos y doy fe de que siempre ponía en ella vida y corazón. En un artista de su talla no había lugar para la rutina o la indolencia.

 

Salvador era así. Cuando yo llamaba a su casa por teléfono, preguntaba por “el cantaor”. Noté que le gustaba. Más de una vez me lo agradeció con una sonrisa.

 

Siempre admiré en él unas dotes extraordinarias para la música. La naturaleza le dotó de un oído musical privilegiado y de un extraordinario sentido del ritmo. Su auditorio preferido fue la cabina de un camión del servicio de limpiezas: del barrio al vertedero y del vertedero al barrio. Y así un día tras otro y una noche tras otra: flamenco, copla, bolero… Todo lo que fuera música lo hacía bien. Bueno, todo menos el solfeo que se le atragantó. A él le sobraban las corcheas y las semicorcheas, el puntillo y los silencios, le sobraban los andantes y los presto, los adagios, los larghettos y los vivace; le sobraban todos los signos de expresión. Le bastaba su radiocassette comprado en una tienda de “Decomisos”. En él grababa la melodía y se la aprendía en un santiamén. El resto lo ponía de su cosecha.

 

Aunque castellano-manchego por decisión administrativa, la cercanía de su pueblo natal, Ballesteros de Calatrava (Ciudad Real), a Andalucía le permitió empaparse del folklore musical andaluz. Su magistral interpretación de la saeta que aparece en uno de los CD que tiene grabados el Orfeón Moratalaz, así lo demuestra. Para escucharla, pulsa con el ratón en este enlace:

 

Saeta cantada por Salvador

 

Seguro que allá en el cielo, los bienaventurados se la habrán hecho cantar no ante la imagen de una Virgen Dolorosa ni un Cristo clavado en la cruz sino ante el propio Cristo glorificado al que dedicó su canción.

 

Descansa en paz, Salvador. Aunque te hayas ido, seguirás siendo uno de los nuestros.

 

Madrid, 1 de Diciembre de 2014

 

 

 

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