Orfeón Moratalaz
Orfeón Moratalaz

    "Dreamer" - Soñador

   Sucedió un 28-Junio de 2018 en el Auditorio Nacional de Música. Serían cerca de las 22:00 horas cuando el director de orquesta marcó los tres últimos compases del Hallelujah, de Schreck. Se estaba celebrando el concierto “Dreamers”, una creación artística del maestro Ramón Torrelledó, hecha realidad por la Fundación Gmp, que ha permitido a músicos de todas las procedencias sociales y geográficas -algunos de ellos discapacitados- cumplir su sueño de tocar en el Auditorio Nacional de Música, de Madrid. La sala sinfónica donde se estaba celebrando el concierto se venía abajo. El público aplaudía y aplaudía, algunos se abrazaban, otros ocultaban su rostro para disimular sus lágrimas.

En ese momento sentí un profundo escalofrío. Miré hacia el fondo y vi cómo los empleados abrían las puertas, como de costumbre, para que los más impacientes empezaran a salir... pero nadie se movió del sitio.

 

   El director de orquesta abandonó el pódium y se dirigió hacia el pasillo interior. No llegó muy lejos. Se quedó junto a la puerta. Vi cómo cogía una toalla roja y se secaba el sudor. Luego sacó un peine para atusarse un mechón de pelo que me recordaba al del Cristo de Velázquez.

 

   Lo convenido en estos casos es aplaudir insistentemente hasta que el director vuelve a escena y hace las reverencias de rigor. El público aplaudió y aplaudió hasta cansarse pero, como el director no salía, dejó de aplaudir. En ese momento el concertino tendría que haberse levantado para indicar a la orquesta que había acabado el concierto, pero no se levantó. También el público tendría que haber empezado a abandonar la sala pero, sorprendentemente, nadie se movió del asiento. El concierto había sabido a poco. Y todos esperaban los dos 'bises' que, si bien no figuraban en programa, se sabía que serían la “Marcha de la Amistad”, de la zarzuela "Los Gavilanes" y “We will rock you”, de Queen.

 

¡Amistad, amistad, amistad!

 

   Cuando el director salió con María y Felicidad, las dos sopranos solistas, para dirigirse al pódium, los empleados de la sala, desconcertados, cerraron las puertas.

 

   El triple grito de "¡Amistad!" con que terminaba el primer "bis" sonó imponente, como trueno al atardecer. Siguió la canción rockera de los Rolling "We will rock you" que todos, cantores y público, acompañaron con letra, música, palmas y zapatazos en el suelo.

 

  Tremendo espectáculo el de los percusionistas… todos: timbal, caja, platillos, bombo… todos marcando el ritmo con gran estruendo. También Ramón, que calzaba zapatillas azules e iba vestido de blanco como los demás músicos, golpeaba inmisericordemente el pódium con sus pies hasta que la orquesta dio el acorde final.

 

   Aunque no soy muy dado a las emociones, no pude resistirme y contra mi voluntad me vi arrastrado hacia algún lugar o, más bien, hacia un estado de ánimo desconocido que bien pudo ser el parnaso de los griegos o el séptimo cielo del que habla la Biblia. Yo andaba debatiéndome entre el sueño y la realidad cuando me sacaron de mi anonadamiento las voces de mis cantores que me gritaban: "Vamos, Félix, baja ya, que están llamando a los directores".

 

   Quise hacerme el remolón y quedarme en mi sitio disfrutando de aquella especie de visión beatífica: cuatrocientos músicos, entre instrumentistas y cantores, todos vestidos de blanco, emocionados, abrazándose unos a otros. Y una sala prácticamente llena donde todos aplaudían y nadie se movía del sitio. Quise hacerme el remolón, pero no pude.

 

Camino del pódium

 

   Por fin bajé y sorteando trompetas, contrabajos y alguna viola que se interpuso en mi camino, llegué al pódium. Allí me abrazaron con toda su alma dos grandes solistas, Adrián y Johann Sebastián, ambos discapacitados y excepcionales músicos que habían cantado maravillosamente el sólo del Halleluja de Leonard Cohen. ¡Qué abrazo! Nos habíamos visto un par de veces en los ensayos y habíamos cruzado un par de palabras, nada más, pero nos abrazamos como si fuésemos conocidos de toda la vida. Luego compartí un abrazo no menos intenso con Ramón, que ya había dejado la batuta en el atril. Estaba completamente empapado; chorreaba sudor, tenía el pelo mojado y su camisa parecía recién salida de la lavadora. Fui abrazando a los directores de coro que había conocido solo un par de días antes y que habían llegado al pódium antes que yo: Yeray, Iván, Irina, Pablo, Francisco, Fernando, David, Pepa; también a algunos de los instrumentistas que estaban en primera fila.

 

El rompedor

 

   Cuando todos creíamos que aquello iba a ser el punto final de un concierto inolvidable, se hizo presente el genio de Ramón, el rompedor, el director que, además de dirigir, emociona, el que con su humilde batuta hace que instrumentistas y cantores entren en trance, el que renuncia a todo hieratismo para convertirse en un hombre cercano y fraterno, el artista de gestos expresivos y sencillos que hasta los no iniciados entienden, el anti-divo por excelencia... Ni siquiera pidió la palabra. Tampoco el micrófono. Hizo ademán de hablar y las mil y pico personas que había en la sala hicieron silencio.  Nadie se sentó ni se movió de su sitio.

 

   ¿Qué va a hacer este hombre ahora, pensé? ¿Se limitará a dar las gracias a cuantos hemos colaborado en este concierto destinado a recaudar fondos en favor de niños de familias necesitadas con algún tipo de discapacidad intelectual? Hubiera sido lo políticamente correcto pero Ramón siempre sorprende: de él se puede esperar cualquier genialidad. Habló de la música, de los beneficios que ésta reporta a la sociedad y a quienes la cultivan; dejó en evidencia a algunos músicos profesionales que no habían querido tocar con músicos aficionados (amateurs, amantes de la música); valoró sobremanera el hecho de que entre las 400 personas que habían participado en el concierto, hubiera personas "normales" -entre comillas- y discapacitados, algunos instrumentistas profesionales y muchos alumnos de conservatorio, cantores  que leen música, y coralistas que trabajan duro para aprenderse las canciones de oído, chicos y grandes, gentes que vienen cultivando el canto coral desde hace años y jubilados que se han iniciado recientemente...

 

   Luego explicó cómo había surgido este concierto para el que había elegido el tema "Soñador" (Dreamer, en inglés),  una obra del género rock compuesta por Roger Hodgson (Supertramp), De sus palabras dedujimos que el primer soñador había sido él, que se propuso lo imposible... y lo consiguió. Encontró apoyos en la fundación Gmp y en otras muchas personas y grupos; por citar alguno, mencionaré dos que conozco muy de cerca: el Orfeón Moratalaz y la Coral San Gregorio Magno, de Valdebernardo. Lo que ninguno de los presentes podíamos discutir al maestro Ramón es el honor de haber sido el primer soñador.  Diez años tardó ese sueño en hacerse realidad pero se hizo. Y allí estaba la prueba.

 

Las dificultades

 

   Algunos creyeron en ese sueño desde el principio. Otros estuvimos más reacios a embarcarnos en un proyecto que apoyábamos abiertamente por su dimensión social y su carácter benéfico pero que encontrábamos poco realista. A varios de mis cantores  les creó problemas tanta canciones en inglés; a mí, personalmente, me resultaba excesivo el peso de la música anglosajona -es la moda, ya lo sé- con el agravante de que alguna de las partituras que nos pasaron eran copias de baja calidad y resultaban prácticamente ilegibles para quienes tenemos principio de cataratas, a juicio de mi oftalmóloga.

 

   Hubo un momento en que dudé de nuestro maestro Ramón y se me encendieron varias alarmas a la vez: fue cuando pedí hablar con él por teléfono para comentarle  algún problema técnico que había encontrado en los ensayos con el coro, y se me dijo que enviara un email a la organización y que esta se lo haría llegar al maestro. Y ya, para rematar: se me cayó el alma a los pies cuando llegamos al primer ensayo y veo que sólo hay 100 sillas para 400 intérpretes.

 

El genio

 

   Yo sabía que a los genios, como Ramón, no se les puede pedir todo a la vez: arte, técnica, don de gentes, sentido social, capacidad organizativa... No lo tuve en cuenta; ese fue mi error, el que me llevó a dudar en algunos momentos sobre la viabilidad del proyecto. Ahora sólo me queda pedir disculpas y proclamar abiertamente que -a pesar de algunos fallos de organización- me siento inmensamente agraciado por haber podido participar  en “Dreamers”, un concierto que ha roto moldes, que ha marcado positivamente a muchos, que recordaré siempre y que ha dejado una huella imborrable en mis cantores y en muchos de los asistentes.

 

   Lo sucedido aquella tarde del 28 de Junio de 2018, en el Auditorio Nacional de Música, ha sido un sueño, amigo Ramón. Y yo he tenido el privilegio de haberlo compartido contigo.

 

Félix Barrena, Director de coro

Orfeón Moratalaz

Coral Polifónica San Gregorio Magno

 

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