Fue ayer tarde, jueves 28-Enero, 2021, al terminar el ensayo del Orfeón.
Todos nos pusimos en pie. Se hizo un profundo silencio.
Sonó el acorde de Do mayor y el coro empezó a cantar Signore delle Cime (Señor de las Alturas), una plegaria hecha canción que dedicamos al compañero que acababa de fallecer: Andrés Mochales, de la cuerda de Tenores.
La noticia había llegado al filo del mediodía: “ha muerto Andrés…”. Lo que todos presentíamos a partir de las últimas noticas se había hecho realidad.
Enseguida pensamos en Rosa, su esposa de toda la vida, la mujer que ha estado siempre a su lado en la salud y en la enfermedad, la que le ha acompañado en sus alegrías y en sus penas, siempre animosa, siempre sufriente y entregada, sin desfallecer.
Pensamos en sus tres hijos. Pensamos en toda la familia que lleva años pendiente de las continuas idas y venidas de Andrés al hospital.
Porque nuestro compañero Andrés ha sido un superviviente –así lo calificó Valentín-, un luchador que durante años ha mantenido a raya la enfermedad.
Todo empezó hace 30 años con un infarto que le dejó a las puertas de la muerte. Transcurrido un tiempo volvió a cantar de Tenor. De cuando en cuando tenía que visitar al especialista o pasar unos días en el hospital. Tan pronto como le daban el alta, volvía al coro. Y así una vez tras otra.
Primero fue el corazón; luego los demás órganos del cuerpo. Se pasaba largas temporadas entre quirófanos, hospitales y pruebas médicas pero… una vez superada la crisis, volvía a su familia y a su cuerda de Tenores.
Cuando nos veíamos antes de comenzar los ensayos, solía preguntarle:
- Andrés, ¿cómo está hoy la botella?
Él me contestaba en clave:
- Medio llena… medio vacía…, agotándose…
Con este lenguaje críptico nos entendíamos a la perfección.
Él era consciente de su tendencia natural hacia el pesimismo. Necesitaba ayuda para no dejarse arrastrar por esas visiones negativas que le asaltaban cuando las cosas se torcían. Por eso los amigos tratábamos de contrarrestar su pesimismo con buenas noticias.
La pandemia ha sido un golpe muy duro para él. Cuando vio los estragos que hacía el COVID se refugió en su pueblo, una pequeña aldea de Cuenca, libre del virus.
El sábado 26 de Diciembre teníamos que dar un concierto navideño al aire libre en el barrio de Moratalaz. Amaneció un día espléndido. Al terminar una de las canciones me volví hacia el público para agradecer los aplausos. En ese momento vi a Andrés, entre la gente, sonriente y feliz de estar escuchando a sus compañeros orfeonistas.
Aquel día no cantó con nosotros porque no había ensayado pero disfrutó muchísimo con unos villancicos que él había cantado tantas veces.
Unos días después nos avisaron de que estaba ingresado en el Hospital Ramón y Cajal, su hospital de siempre, el lugar donde tanta veces le habían dado cuerda para aguantar otra temporadilla más.
Algo nos hizo intuir que su enemigo de ahora, el COVID, traía malas intenciones. Cuando le dijeron que tendrían que intubarle, él se resistió. Temía que aquello le condujera a un punto sin retorno. Rosa le animó a que confiara en los médicos que le habían propuesto la intubación como último recurso.
Accedió y firmó la autorización. Le sedaron…
El personal sanitario del hospital ha hecho lo indecible por rellenar aquella “botella” sin fondo. Un coágulo en el pulmón paró su reloj.
El superviviente de cien batallas contra un sinfín de dolencias y enfermedades terminó su recorrido el jueves, 28-Enero, y ese mismo día, a las 13:00 horas, emprendió camino hacia la eternidad. Allí se habrá encontrado con el Señor de las Alturas, al que tantas veces cantó, y con Nuestra Señora de las Nieves, bajo cuyo manto habrá encontrado protección.
Amigo, Andrés: cuando cantemos "Signore delle Cime" te recordaremos a ti y a los compañeros del Orfeón que coronaron la cima y ya están con el Señor de las Alturas.
Descansa en paz.
Tu director y amigo. Félix
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