Si nadie me lo ha pedido, ni me ha preguntado por ello, no entiendo el porqué de mi empeño en contar algo que a lo mejor no interesa a nadie.
Y es que estoy empeñado en contar cómo ha ido surgiendo esta creación literario-musical que este año ha presentado el Orfeón Moratalaz como retablo de Navidad. Y que, a decir verdad, tan buena aceptación ha tenido entre el público. Sin embargo he de confesar con humildad y cierto desasosiego que estoy más bien obtuso a la hora de redactar este pequeño artículo. No me salen las cosas. Las ideas no fluyen como de costumbre. Escribo algo y lo borro. Vuelvo a escribir y a escribir con tantas tachaduras que el folio resulta ilegible. Ya he tenido que enviar la primera edición de este escrito a la papelera varias veces y me temo que ésta no va a ser la última. ¿Tan difícil es contar lo que uno ha vivido en primera persona?
Lo normal sería, amigo lector, que no siguieras leyendo más. Y que yo tampoco siguiera escribiendo. Después de una introducción tan desoladora poco se puede esperar.
En fin, veo que sigues leyendo. Pues aunque no lo creas me estás haciendo un flaco favor porque yo estaba a punto de mandar el escrito a la papelera y ahora ya no tengo más remedio que seguir. Ay, qué trabajos nos manda el Señor... como cantábamos en el coro de las Espigadoras.
Empezaré diciéndote que la idea de dedicar nuestro retablo navideño de 2010 a la entrañable figura de Martín, el zapatero remendón de León Tostoi, no es mía sino de Ignacio Mª, párroco de Santa María del Buen Aire. Los dos estábamos convocados para organizar un concierto navideño en su parroquia en el que también iba a participar la Coral de Ntra. Señora de Moratalaz. Estábamos pensado en juntarnos a cenar una tortilla francesa, como en las noches mágicas en que alumbramos grandes ideas, cuando me dijo: Félix, esta vez podemos basarnos en el cuento del zapatero. Nada de política, claro está. El zapatero de nuestro concierto será el que aparece en el relato de León Tolstoi, el gran novelista ruso. La idea me pareció excelente. Él ya lo tenía todo pensado: unos niños de su parroquia escenificarían el cuento, las dos corales pondríamos los cantos y los adultos leerían tres pasajes bíblicos relacionados con la Navidad: la anunciación a María, el nacimiento de Jesús en Belén y la adoración de los Magos. Los dos directores de las corales participantes, Carlos de Iturriaga y yo, haríamos la selección de las canciones. Parecía un plan perfecto hasta que... descubrimos que teníamos a los elementos en contra. Los pequeños actores de la parroquia, como los demás niños del colegio, están tan ocupados con los deberes, el judo, el inglés, la natación y la catequesis que ya no tenían ni un minuto libre para escenificar el relato. ¡Pobrecillos! Tan pequeños, tan juguetones y ya pluriempleados. ¡Desolación!
Lo normal habría sido desistir y montar un concierto al modo convencional: ocho villancicos cada coral con un pequeña introducción a cada uno y un villancico final cantado por todos. Pero inexplicablemente optamos por meternos en líos. Ignacio Mª haría el guión del concierto que íbamos a dar en su parroquia, siempre sobre la base del relato del zapatero. El Orfeón se lanzaría al "más difícil todavía" y elaboraría el retablo navideño de este año que llevaríamos a las parroquias donde teníamos comprometidos conciertos: a San Jenaro, en Ciudad Lineal, a la Antigua, en Vicálvaro y a la de Santa María de los Apóstoles, en el barrio de Moratalaz. Ignacio y yo trabajaríamos con el mismo objetivo pero con plena autonomía. Estábamos seguros de que el resultado iba a ser bastante diferente, pues diferentes eran las circunstancias de cada uno, pero no por ello menos interesante. Así que nos pusimos manos a la obra y empezamos a plantearnos un retablo navideño basado en el relato de León Tolstoi.
Lo primero que hicimos fue buscar una buena traducción del texto ruso. Acudimos a Ana Valverde, contralto y profesora de literatura; a los pocos días ya teníamos sobre la mesa un versión fiel al original y muy bien hecha. Necesitábamos una traducción fidedigna porque el relato del Martín el zapatero es un texto en el que han entrado a saco y sin escrúpulos predicadores, moralistas y toda clase de personas bienintencionadas. Cada uno ha arreglado el texto a su manera, quitando y poniendo párrafos sin el menor rubor aunque siempre tratando de arrimar el ascua a su sardina "ideológica". Hay arreglos tan curiosos como el de uno que da una importancia grandísima a la mujer de Martín el zapatero, a la que Tostoi sólo menciona para decir que había muerto hacía varios años. Otro arreglo simpático es el que transforma a un peregrino en el párroco de Martín: éste a buen seguro que procede de algún clérigo celoso de su status.
Localizado el texto que iba a servirnos de base teníamos que dar el gran paso: elaborar un guión en el que encajar las canciones. Ardua tarea, similar a la del guionista de cine que se enfrenta a una obra literaria. Es muy duro tener que seleccionar unos pocos textos y dejar fuera del guión páginas hermosísimas del texto original. Pero teníamos que ser selectivos: no podíamos incluir todos los detalles, sólo algunos; y construir con ellos un guión que tuviera coherencia y permitiera la inclusión de nuestras canciones.
Para documentarnos acudimos a los biógrafos de Tolstoi y en sus páginas aprendimos que el relato de Martín el zapatero conoció la luz al final de la vida del autor, en una etapa de su vida caracterizada por una fuerte efervescencia religiosa que queda reflejada en la misma concepción del relato y en la importante cantidad de citas bíblicas recogidas en el texto original. Tomando pie en esta realidad y en el argumento principal, la visita de de nuestro Señor Jesucristo a Martín, nos tomamos la licencia de situar la acción en el tiempo de Navidad. Esta es nuestra primera infidelidad al relato ya que Tolstoi sitúa la acción en invierno, sin más detalles de fecha. Pero nuestro público, ante el que se iba a presentar el relato, sí estaba viviendo los días previos a la Navidad. De ahí que optáramos por situar la acción el mismísimo día de Nochebuena.
Musicalmente hacía falta situar a la audiencia en un ambiente navideño. Esto lo íbamos a conseguir con una serie de villancicos, pero necesitábamos una especie de "leit motiv" o motivo conductor que fuera introduciendo al público en el ambiente navideño que queríamos crear. Elegimos un tema tradicional titulado "A media noche y en un portal, la Virgen Madre a su hijo nos da". Y lo desarrollamos inspirándonos en una figura musical llamada "ostinato" que consiste en repetir una y otra vez el mismo tema hasta martillear con él los oídos y la mente del oyente. Pero nos pasamos, y mucho. Al acabar el concierto, entre felicitaciones y aplausos, recogimos una recomendación generalizada: aligerar el concierto suprimiendo las constantes repeticiones del tema navideño que unas veces cantaba un solista, otras, la cuerda de las contraltos, etc.
La cabeza me daba vueltas y más vueltas. La idea de una repetición tan machacona era algo buscado expresamente pero no funcionaba. Necesitaba introducir algún cambio y me puse a buscar desesperadamente otro tema que pudiera combinar con el que habíamos introducido en el primer concierto. Íbamos a cenar y a mí me tocaba poner la mesa. Puse tenedores para tomar la sopa... vamos, que no daba pie con bola. Parecía estar en otro mundo. Y claro que lo estaba. De repente me dije:
- Ya lo tengo. Va a ser el "Ubi cáritas" gregoriano en el que se basa la obra de Maurice Duruflé que interpretamos al final del concierto.
El propio Tolstoi lo había puesto como título del relato: "Donde hay amor está Dios".Lo vi de repente con tanta claridad que quedé sorprendido. Incluso llegué a pensar que no andaba muy bien de reflejos cuando no se me había ocurrido antes una cosa tan evidente. Repasé mentalmente el guión y vi que todo encajaba perfectamente; sólo entonces respiré hondo y me relajé.
Ya teníamos los dos temas que iban a dar contenido a nuestro retablo: la visita de Jesús en Navidad y la afirmación de que "donde hay amor, está Dios". Repasando la letra del ubi cáritas nos encontramos con este primer verso: "Donde hay caridad y amor, allí está Dios". Perfecto.
Para ambos temas teníamos la música apropiada. La flauta interpretaría a sólo el tema de "A media noche" mientras el violín haría lo propio con el tema del "Ubi cáritas". Para dar variedad y viveza, unas veces intervendrían los instrumentos a solo, otras un solista...
Ya sólo nos faltaba situar el relato en el contexto ruso en el que se desarrolla la acción. Para lograrlo decidimos que en los primeros momentos del concierto sonara la canción "Peregrino de la vida", una canción rusa cuyo solo entona con gran hondura y sentimiento José Mª García. Hacia la mitad del concierto interpretaríamos un villancico universal, pero con letra en ruso, el Noche de Paz que Tania Deyanova canta maravillosamente.
A lo largo del concierto iríamos introduciendo canciones de alguna manera relacionadas con el relato cuya lectura encomendamos a un narrador de excepción, Enrique Tapia.
Cuando concebimos este retablo no habíamos pensado en la posibilidad de contar con el apoyo de ningún instrumentista pero pocos días antes del primer concierto nos sorprendió gratamente el ofrecimiento de una gran violinista, María Sánchez, profesora de música e hija de Ana, contralto del Orfeón. Además del violín, tocaría la flauta y se haría cargo de la percusión. Todo un lujo al que de ninguna manera podíamos renunciar. María logró algo que sólo con una gran sensibilidad y con mucho talento artístico es posible conseguir: enriquecer la música coral que interpretó el Orfeón, pero sin desvirtuarla.
No puedo concluir esta explicación sin decir que también al final del retablo nos hemos tomado otra licencia: situar a Martín en el Monasterio de la Trinidad de donde había bajado aquel santo varón que le puso en el camino de la virtud. Y con él hemos subido nosotros. Juntos hemos dado gracias al Señor por haberse hecho presente en su vida. Con él hemos agradecido también a León Tolstoi tan hermoso relato.
Para que este final no sonara a hueco o a postizo la identificación del público asistente con el Orfeón, con el narrador y con Martín el zapatero tenía que ser plena. Y lograrlo era el cometido propio del director. Reconozco que en determinados momentos he llegado a sentirme abrumado por semejante responsabilidad.
Las cosas han ido bien, mejor de lo esperado. El público asistente a los conciertos ha sabido valorar y aplaudir el enorme esfuerzo realizado por todos y cada uno de los orfeonistas, también por esos colaboradores en la sombra que son Juan, Santi, Mª Carmen, Nuria y otros sin cuya concurso no habría salido el relato de Martín el zapatero.
Personas de las parroquias donde hemos presentado el retablo nos han dado su opinión. Aunque nosotros sólo pretendíamos dar un concierto navideño algunos nos han parado por la calle o nos han llamado para decirnos que nuestro retablo había sido una gran fiesta, una catequesis, un disfrute artístico, una lección de cómo se combina música y literatura... Otros nos han dicho que habíamos hecho un buen espectáculo aunque demasiado largo. Algunos hubieran preferido un concierto desnudo, sin introducciones ni textos literarios, sólo música coral.
Si yo tuviera que decir lo que he sentido mientras se gestaba el retablo, tendría que hablar de nervios, de insomnio, de miedo a no acertar con el guión y de preocupación, mucha preocupación a medida que se acercaba la fecha del primer concierto. Cuando ya había recobrado la paz interior tuve la infeliz ocurrencia de ponerme a escribir este artículo. En qué hora...
Tal vez ahora comprendas, amigo lector, por qué he estado tentado tantas veces de mandarlo a la papelera.
Félix Barrena
Director del Orfeón Moratalaz